Laissée glasséé

[Es un juego de palabras super pelotudo, sabrás perdonar a mi pobre cerebro refrito en estrógeno xD]

El ruido de la lluvia contra los cristales se le hizo nostálgico; de haber sido otras las circunstancias, con la autopista desierta y la noche cerrada, lo hubiera hecho dormirse al volante si se descuidaba. Pero no, de ninguna manera podría relajarse con el nivel de frustración que había alcanzado en las últimas horas. Bueno, técnicamente sólo había alcanzado el límite, porque el vaso llevaba un buen par de meses amenazando con volcarse. Y cuando el auto había decidido apagarse bajo una lluvia torrencial, en el medio de la vía rápida de la autopista, a las dos de la madrugada de un miércoles, se rebalsó. Al punto tal de que se había doblado hacia adelante, sin soltar el volante, dándose la frente contra el borde de la cuerina sintética, y se había largado a "no llorar"; las lágrimas le recorrían las mejillas pero no iba a perder la poca dignidad que le quedaba rompiendo al llanto como un mocoso. Le tomó un buen par de minutos convertirse en un humano socialmente operante de nuevo.

Se contorsionó un poco, secándose torpemente la cara en la manga de su (arrugadísima) camisa en el proceso, y rebuscó sin mirar en el morral detrás de su asiento por su celular. El siempre escurridizo aparato lo eludió lo suficiente para sacarle un bufido molesto y un insulto, costumbre que se había prometido corregir y nunca lograba hacer. Lo desbloqueó por inercia y revolvió otro tanto entre sus contactos hasta dar con el número del auxilio mecánico de 24 horas. Podía imaginarse ya mismo la cara de odio de quien fuera que estuviera a cargo de la operadora y, posteriormente, del mecánico mismo. No iba a ser un paseo en grúa nada agradable. Le dio los datos del seguro a la voz somnolienta al otro lado de la línea, pellizcándose el puente de la nariz para no mandarlo al demonio cuando le pidió, por tercera vez, que le deletreara la patente.

No tuvo tiempo a cortar antes de que el otro lo hiciera, sin siquiera despedirse, y contempló el aparato casi con disgusto ante la falta de modales básicos. El reloj le respondió con silenciosa sorna, los números azules mostrando el penoso 02:23. Estaba bastante seguro de que las llamadas de madrugada exentaban a cualquiera de las normas sociales. Como fuera, dejó el celular sobre la guantera y se dispuso a esperar los eternos 35 minutos que le dijeron que iba a tardar la grúa. Excelente, más tiempo en soledad con la lluvia para ponerse a pensar en lo que había ocurrido. Subió las piernas al asiento, sin importarle el tapizado que de todas formas tenía que llevar a limpiar, y abrazó sus propias rodillas; no ofrecieron más confort para su frente que el que encontró antes en el volante.

Patético. Le habían robado a su novia ante sus narices, durante una cita. Lo que empezó como una simpática atención extra se convirtió en coqueteo, el coqueteo en engaño. Y había tenido el descaro de echarle la culpa a él, llamándolo un bueno para nada. La furia le hizo subir la sangre a la cabeza con rapidez. Nunca más habría de permitirse ser llamado de esa manera; luego de llorarla por días enteros, /enteros/, había decidido eso mismo. Y así Lucian había dado lo mejor de sí durante los últimos meses, con el secreto añadido de las clases de repostería (fino arte que tanto trauma le había causado), sólo para encontrarse con la situación de hoy.

Le llegó un aviso de que el casero le aumentaría el alquiler; strike uno. Su jefe le había pedido que hiciera horas extras que no iba a pagarle a cambio de no despedirlo; strike dos. Y ahora, su auto había decidido fallarle en el momento más inesperado e incordioso posible; strike tres. Insultó de nuevo y alejó sus miembros con fuerza y rapidez, golpeándose la mano con la palanca de cambios. Patético, sin duda. Bufó, hizo su característico puchero, y miró por el retrovisor, esperando que eso hiciera que las luces de la grúa aparecieran más rápido en el horizonte. Pocas cosas quería tanto como llegar a su casa y hundirse en los brazos codiciosos de su cama.

Samanta colgó el teléfono y dejó la llave inglesa que hasta hace un momento estaba utilizando para correr hacia las estrechas escaleras que separaban el taller de su casa.
- ¡PAPÁ! ¡HAY UN IDIOTA PARADO EN LA AUTOPISTA! - Comenzó a gritar conteniendo la risa que le provocaba el infortunio del cliente antes siquiera de llegar al último escalón. Siguió gritando hasta llegar hasta la habitación de su padre y fue recibida con un almohadazo en pleno rostro. - ¡Ya cállate! Te escuché la primera vez. - Le respondió entre bostezos Anton, al fin despierto. - Ve a buscar la grúa mientras me cambio. - Le indicó sentándose letárgico al borde de su cama y sin tener que repetirlo, su hija desapareció del mismo modo en que había llegado.
Samanta volvió a bajar las escaleras corriendo y saltó los últimos escalones. Agarró una botella plástica transparente que en algún momento fue de agua mineral y ahora contenía café frío que, en medio del taller y sumando el aspecto demacrado de la botella, parecía cualquier cosa menos algo edible y tomó un trago antes de agarrar las llaves y salir a la calle.

Caminó dos cuadras hasta el estacionamiento, dejó la botella con café sobre la guantera y sacó una barra de chicles del bolsillo de su entero azul de trabajo cubierto de manchas para sacar uno y volver a guardar el paquete donde estaba antes de cerrar la puerta y arrancar el motor de la grúa.
En poco tiempo llegó al portón del taller y comenzó a tocar la bocina hasta que su padre salió profiriendo insultos y rogando silencio. (Junto a algunos varios vecinos)

- Otra vez mascando esa mierda? - Dijo Anton despectivo apenas se acercó al vehiculo y notó a su hija, brazo apoyado sobre la ventanilla baja, masticando el chicle. Samanta sólo se encogió de hombros y aprovechó que le dió la espalda cuando le dió la vuelta a la grúa para sacarle la lengua.
Apenas su padre se acomodó en el asiento del acompañante y cerró la puerta Samanta volvió a arrancar el motor y comenzó el trayecto silencioso hacia la autopista mientras Anton continuaba su sueño sentado a su lado.

Los primeros 20 minutos se le hicieron eternos. Eternos. Bloqueó y desbloqueó su celular unas 200 veces, si no más, y se cansó de comprobar que no tenía ningún mensaje nuevo. ¿Quién estaría despierto a las 2 de la madrugada de todas formas? Ni siquiera la vividora de su media-hermana estaría de juega un miércoles... La idea de ponerse a textear con ella le dio escalofríos; hacía años que no se hablaban y rezaba a cuanta deidad y ente conocía para que ese período no se viera interrumpido en el futuro próximo.

Cansado de esperar, trajo su morral desde atrás de su asiento a su regazo, buscando algo con lo que entretenerse. Facturas, el diario de ayer, un tupper vacío con restos de milanesas, un atado de cigarrillos a medio fumar. Había fumado desde su temprana adolescencia, pero ahora que se estaba dedicando a la cocina había optado por dejarlo. El tabaco le arruinaba tanto el olfato como las papilas gustativas así que los cigarrillos se habían vuelto algo de lo que debía desprenderse. Sintiéndose demasiado tentado de encender uno, bajó rápidamente la ventanilla lo suficiente como para poder lanzar el atado fuera. A penas aterrizaron a mitad de la autopista, cerró a toda velocidad el vidrio. La lluvia estaba helada. Hojeó, aburrido, un pequeño cuaderno cosido a mano que había comprado en una feria; había algunos garabatos y unas recetas que le había pasado una compañera de trabajo. Era una versión un poco más económica de budín de café y le venía bien para practicar. Lo intentaría este fin de semana y, si tenía éxito, llevaría un poco a la oficina.

Pensando en ello y en otras cosas que podría hacer, se le fue la media hora que le dijeron que esperara. Las luces de la grúa lo encandilaron desde atrás y guardó sus cosas a prisa mientras el vehículo pasaba a junto al suyo. Las luces rojas quedaron cerca delante suyo y supo que tendría que bajarse para asistir al mecánico además de mudarse a la cabina de la grúa. Se armó de coraje, esperando que eso le evitara sentir el frío del agua al atravesarle la ropa y la piel. La cortina de agua a penas y le permitía ver algo, por lo que se mantuvo cerca de su auto y esperó a que la contraparte se le acercase.

Poco antes de agarrar la autopista pequeñas gotas de agua comenzaron a invadir el parabrisas del vehículo y Samanta no pudo evitar volver a reír ante lo desafortunado de su cliente. Parado en plena autopista, a la madrugada y bajo la lluvia cuando a unos pocos kilómetros no caía ni una gota.
Aunque teóricamente no era su cliente... Miró de reojo a su padre que ya hace rato había caído profundamente dormido y negó antes de volver la vista al frente.
El camino estaba completamente desierto por lo que fue fácil identificar al coche parado que estaba buscando: Las únicas luces de auto con las que se había cruzado.
- Hey pa, ya llegamos. - Le avisó codeándolo para que se despertara mientras se acercaba y paraba la grúa delante del vehículo detenido. Pero sus intentos de despertar a su padre fueron en vano sólo consiguiendo quitarle un ronquido.
- Tsk! Para qué insistís en no dejarme hacer esto sola si siempre es lo mismo!? - Se quejó abriendo la puerta para bajar de la grúa sin esperar una respuesta. Ya la sabía, siempre era lo mismo "Muy peligroso, una chica sola de noche y blablabla... Bla!." Bufó y cerró de un portazo pero ni siquiera eso despertó a Anton.
Samanta respiró el aire frío y húmedo de la madrugada mientras se estiraba bajo la lluvia para deshacerse de la rigidez de estar tras el volante y esfumar el rastro de mal humor que acababa de invadirla.
Pensó por un momento en que debió haber traído un abrigo pero olvidó ese pensamiento al instante. Era tarde como para hacer algo al respecto y, además, no tardaría nada en volver al interior de la grúa y de ahí al taller.
Metió sus manos en los bolsillos del entero azul y se acercó a la ventanilla del otro auto que comenzó a bajarse apenas estuvo cerca.
- Mala suerte, eh? - Saludó al pobre desafortunado intentando no demostrar cuánto se divertía con su infortunio.

Bufó, como si estuviera en posición de recriminarle nada. -Ni lo digas- respondió en voz alta, intentando hablar por sobre el ruido de la lluvia cayendo con fuerza sobre el pavimento. Cerró la puerta del auto detrás suyo y en menos de un minuto estaba muriéndose de frío, la ropa pegada a la piel en todas partes y las gotas corriendo por su cuerpo como si no hubiera estado vestido en primer lugar.

Entrecerró los ojos en un pobre intento de enfocar la vista entre las gotas y no sentirse encandilado por los lamparones naranja que parecían irradiar mucha más luz que la habitual. La silueta le pareció familiar pero no le dio importancia, intentaría luego recordar si la conocía o no, encerrado en la cabina de la grúa donde probablemente tendrían lugar las pertinentes formalidades. De momento, sólo quería ayudarla a enganchar el auto a la grúa y ponerse a resguardo. -Dime qué hacer-

Samanta lo miró de pies a cabeza y sin pensarlo un segundo señaló hacia la grúa. - Quita el freno de manos y deja los cambios en punto muerto, luego ve a sentarte para que no te sigas mojando. - Le indicó antes de acercarse ella al vehículo para recoger unas cadenas y empujar una palanca con el pié, que accionó la maquinaria e hizo bajar el gancho. El cliente era un hombre jóven, escualido de los que no tienen pinta de haber tocado un auto en su vida. El tipo oficinista de bachiller (?
No sólo no necesitaba ayuda y preferá hacerlo sola sino que, aunque hubiera necesitado ayuda, aquél hombre no parecía ser capaz de darla. Por otro lado, aunque no tenía nada que ver, había algo en el que le resultaba terriblemente familiar.
Luego de darle las indicaciones y sin esperar que las acatara, se recostó sin miramientos bajo el auto, sobre el esfalto empapado, para colocar las cadenas al rededor del eje de las ruedas delanteras y luego enganchar los extremos de la misma en el gancho de la grúa, que confirmó el hombre hubiera bajado del auto antes e accionarlo y hacer que lo levantara.

⁠⁠⁠Hizo lo que se le pidió, agradeciendo que le permitiera ponerse a cubierto cuanto antes. Prácticamente se zambulló dentro del auto, sacando el freno de mano y chequeando que los cambios estuvieran en punto muerto, antes de volver a salirse rápidamente con el morral colgándole del hombro. Notó la figura en el asiento del acompañante y decidió subirse por el lado del conductor. Suspiró ante la calefacción y la idea de volver a estar bajo un techo. Mientras se frotaba las manos en el pantalón volteó para inspeccionar al hombre que dormía plácidamente. Le resultaba familiar. MUY familiar. Tenía un aire al padre de... Su cerebro se detuvo en seco al oír la puerta del conductor abrirse y, bajo la luz de la cabina, reconoció a la chica que supo ser su amiga de la infancia y vecina. -SAMANTA!- exclamó por inercia un poco muy alto.

Cuando el mecanismo dejó de funcionar Samanta trabó la palanca(? y confirmó que el auto estuviera bien sujeto. Verificó si el hombre ya se había subido a la grúa y fue a sentarse junto a él, en el asiento del conductor, mientras intentaba sacudirse en vano el agua de encima antes de cerrar la puerta y aistarse de la lluvia; estaba por poner el vehículo en marcha cuando un grito le hizo cubrirse los oídos.
- No grites! - Le respondió molesta también a voz elevada y luego calló para observarlo "¿Cómo sabía su nombre?"
- ¿¡Lucy!? - Exclamó al unísono junto a un ronquido de su padre al por fín entender por qué aquél hombre le era tan familiar. Aunque hacía años no lo veía, seguía siendo el mismo enclenque algo torpe de siempre (? - No puede ser! ¿Cuántos años pasaron? - Preguntó incredula ahora si, poniendo en marcha la grúa y comenzando la vuelta al taller.

No supo bien qué emoción elegir de todas las que se le cruzaron por la cabeza y el pecho, por lo que en el apuro se entregó al grato alivio que le produjo ver una cara conocida después de tanto tiempo. -Ugh, realmente no sabría decirte. Fácil, unos 15... Qué sorpresa. Jamás hubiera pensando...- se rió un poco, interrumpido por un ronquido del mecánico, y se corrió un par de mechones mojados de la cara -Bueno, nadie quiere creer que alguna vez se le va a quedar el auto en la autopista a las 3 am de un día de tormenta- suspiró pero no pudo sentirse tan frustrado como antes.

-De verdad, es un gusto volver a verte-

Sam no pudo evitar soltar unas carcajadas al oírlo.
- No, en todos estos años nunca pasó de tener que venir a buscar a alguien a la mitad de la autopista a las 3am en plena tormenta. No creo que mi pa' le haya pasado antes tampoco. - Le respondió. Y volvió a reír un poco antes de agregar. - Pero no me sorprende te haya pasado a vos. Siempre fuiste algo yeta. XD -
Rió un poco más hasta que bajaron de la autopista. En el primer semáforo aprovechó a sacar un papelito de su bolsillo y escupir el chicle que llevaba masticando hace ya un buen tiempo, ya no tenía sabor y con el que casi se atragantaba varias veces al reír. Lo envolvió y guardó de vuelta en el bolsillo para luego tirarlo en algún tacho.
/sup masticaba un chicle desde el cap 2 maso? XDUu/

- Mal que si. Un gusto. Podemos destrozar cocinas de nuevo. - Se rió una vez más y una voz nueva se unió a la conversación.

- Ni se les ocurra. - Anton bostezó luego de advertirles. No había tenido otra opción que despertarse ante tantas carcajadas. - No me digan que éste es Lucian? No era mas bajo? - Se sentó de costado para observar al joven que tenía sentado al lado. Apenas poniéndose al tanto de los eventos que se había dormido.

Lucian no pudo evitar que la alegría le abandonase un poco las facciones ante el comentario respecto a la autopista y, en particular, a su suerte personal. Suspiró por lo bajo, desviando la vista a las varillas que empujaban el agua fuera del parabrisas. Ciertamente Dios no lo quería mucho últimamente.

Sin embargo fue un placer reunirse con alguien tan auténtico y todo lo que la involucraba a ella estaba teñido de risas y picardías, más allá de la nostalgia. Fue un alivio inesperado y casi que se lo tomó como una señal de que todo iba a mejorar...

Hasta que Anton habló y Lucian chillón como una preadolescente histérica del susto. Se ruborizó bastante y tosió como para esconderlo y recuperar su garganta. -Si soy yo. Pegué un estirón más bien tardío- admitió medio divertido, recordando la cara de todos sus compañeros cuando en la segunda mitad del último año creció 20 centímetros en dos estiradas más bien abruptas.

- Tsk. - Samanta soltó un chistido por sobre su hombro al confirmar que no había nadie para doblar en una esquina. - Yo antes era más alta que vos. Ésto no vale. - Se quejó y luego volvió a reír. - Crecer no vale. -

Doblaron un par de esquina mas antes de llegar al garaje donde Anton se bajó para abrir el portón mientras su hija metía el auto dentro del lugar con ayuda de la grúa.

- Ya podés bajarte, pa' va a revisar tu auto. Mientras me voy a guardar esta cosa. - Le indicó a Lucian pero su padre la contradijo. - Lucian se queda ahí y te acompaña. -
- ¡Son dos cuadras! ¡La fui a buscar sola cuando salimos! - Hubo un intercambio entre padre e hija de miradas amenazantes antes de que la última cediera con otro chasquido molesto.

- Son las dos de la madrugada y estoy durmiendo. Andá a buscar la grúa. Son las 4 de la madrugada y ya me levante. No no. Es tarde no podes ir a guardar la puta grúa sola. Claro que no. Te van a asaltar, robar, violar, descuartizar asesinar blablablablabla ¿Para qué tengo una maldita llave inglesa? - Samanta masculló de forma molesta mientras volvía a arrancar el vehículo e iba hacia el estacionamiento.

- Yyyyy qué te contas? - Preguntó luego de desquitarse, su rostro olvidando la expresión molesta que lucía hasta entonces para volver a una alegre.