Beach boy, hell no!

Todo había salido acorde al plan; el viaje en el micro de larga distancia había sido bastante placentero y en el hotel lo habían recibido muy amablemente. Era la primera vez que iba solo a la playa. Sus viajes anteriores habían sido a la montaña o algunos valles de las sierras, pero no a la zona costera. Sin embargo, al revolverle el pelo la brisa salitrosa, descubrió que lo había extrañado más de lo que creía. Sonrió y se alejó de la ventana.
El día estaba algo nublado pero lo suficientemente agradable para salir. A pesar de haber llegado hace unas horas, no se sentía cansado en absoluto, por lo que decidió revisar la ciudad y apuntar posibles lugares donde hacer las compras y comer. Con mucha satisfacción descubrió que tenía cerca una librería y un supermercado, por lo que se sintió aliviado de tener algunas cosas ya resueltas. Por lo demás, sólo tendría que encontrar la principal y recorrerla.
Le sorprendió la cantidad de gente de su edad. ¿Desde cuándo era esa ciudad, más bien pequeña, destino vacacional de las personas de veintitantos? Suspiró; tenía que empezar a asumir que estaba más cerca de los 30 que de los 20 ya. Como fuera, tuvo que abrirse paso entre los grupos ruidosos y los autos con la música a todo volumen, planteándose elegir un destino más residencial para la próxima oportunidad. Pero ya estaba en ese barco por otras dos semanas, así que se prohibió amargarse más. Sólo tendría que ignorarlos, ¿no?
No ayudó con su resolución la permanente lluvia de mensajes de su padre y abuela. ¿Qué no lo conocían lo suficiente para saber que no se metería en problemas? Estaba empezando a fastidiarse y rápido. Menudas vacaciones estaba empezando. Se pescó a un momento de concretar el pensamiento “Ni hubiera venido siquiera”. Necesitaba un descanso de su casa y su trabajo; necesitaba una aventura que lo sacara de su estancamiento. Tenía un portfolio que preparar. Bajó la cabeza un poco y acomodó mejor el libro bajo su brazo. Buscaría lindo café y se sentaría a distraerse, si el celular vibrando en su bolsillo se lo permitía.

- Tío!!! - Karen se bajó del micro con una mochila llena a explotar sobre sus hombros y corrió hacia un hombre canoso, con mostachos recortados, anteojos de sol y una camisa con un llamativo estampado en rojo con la silueta de una sirena sosteniendo una copa de cóctel y las palabras “Ninfa del mar”.
Luego de un saludo emotivo y entusiasta entre ambos retiraron la maleta (también al borde de explotar) del baúl del colectivo, cargaron el equipaje en la caja de una camioneta ya vieja y algo oxidada por el salitre del mar y charlando con el típico “¿cómo estuvo el viaje?” y poniéndose al día mutuamente sobre los eventos del año emprendieron la marcha hacia donde pasaría sus vacaciones y se hospedaba todos los veranos. La casa de Tomas, su tío al que le daba una mano con su negocio. Un bar sobre la playa que durante los últimos años se adaptó al cambio en la crecida de jóvenes entre los turistas y ahora de noche vendía tragos, ponía música e iluminaba el sector de la playa sobre la que estaba para improvisar un sector de baile.
Ya había tomado su acostumbrado bronceado veraniego. Hacía ya unas semanas que había llegado y estaba en una esquina de la calle principal repartiendo volantes del bar a todo tipo de personas, los adultos con o sin niños que podían aprovechar a ir a la mañana o durante la tarde que funcionaba como un lugar de comidas normal, café y menues de comida sencillos exceptuando el plato del día rotativo que dependía mayormente de la pesca de esa mañana; y también extendía la invitación a los jóvenes mencionándoles el cambio de rubro a partir de las 9pm y hasta a veces convenciéndoles de ir con un guiño coqueto. Táctica que potenciaba su efectividad con su short de jean y corpiño del bikini, cubierto apenas con una camisa sin mangas de tela fina y transparente.
Se había distraído un momento viendo ropa en una tienda que tenía cerca y cuando se dio vuelta para volver a seguir con su trabajo vio acercarse su próximo objetivo y le extendió un volante.
- Hola amigo! ¿Salís a balar hoy a la noche? La Ninfa del mar! Comida excelente por el día, tragos y bailes por la noche. - Exclamó por enésima vez el mismo discurso de propaganda en tono alegre y agregando el guiño coqueto que, debía aclarar, era bastante selectiva sobre a quién se lo dedicaba.

Estaba tan concentrado en sus cosas que le tomó un momento procesar que le estaba hablando a él. Mentiría si dijera que no la había visto porque era imposible no verla; su ropa no era exactamente llamativa en una ciudad costera como aquella pero sin duda acentuaba su buen físico. Pero su mente estaba en otro sitio, en las llamadas persistentes, en que le faltaban cinco diseños para la presentación, en la música y el griterío de un grupo de borrachines de la esquina siguiente. Miró el volante un momento, luego a la chica y de nuevo al papel en su mano.
-¿De verdad? Probablemente sea la única persona con más de dos capas de ropa, ni hablar de con un libro bajo el brazo- señaló, no pudiendo creer que de entre la multitud que fluía por esas calles, lo hubiera elegido a él. A él, que tenía un blazer de hilo sobre una camisa de lino manga corta y pantalones largos.
Miró de reojo el semáforo en un movimiento de ojos rápido, queriendo seguir con su camino. Sentía que acababa de cometer un error, perdiendo el temperamento ante una estupidez, y sólo quería encontrar donde acobacharse a leer y olvidarse de todo lo que estaba saliendo mal.

Karen se sorprendió por la respuesta del hombre. Estaba acostumbrada a que la ignoraran, tomaran el papel sin prestar atención, a un gracias distraído, hasta a que aprovecharan a sacarle conversación e intentaran tirarle onda o hasta propasarse con ella. Pero no a aquello, no a esa respuesta irónica, enfadada y hasta algo de ofendida.
Una sonrisa se dibujó en su rostro y le cortó el paso al morocho para que no se le escapase. Como se lo había hecho notar, no estaba vestido precisamente como el normal de la gente de su edad y no solo eso, sino que su actitud también resaltaba. Aunque debía admitir que probablemente si hubiera estado prestando atención no se hubiera molestado en presentarle el volante.
- Exacto! - Exclamó acortando los pocos pasos que la separaban del desconocido para agarrar una de las puntas de su saco de hilo y poner el papel que antes le ofrecía en el bolsillo. - Y por eso mismo es que necesitas de una buena noche de diversión amigo! - Volvió a guiñarle, de frente a él a pocos milímetros de recostarse contra su pecho y notando la diferencia de altura que había entre ambos. Al ser algo más baja y a esa corta distancia se veía obligada a doblar su cuello y mirar hacia arriba cosa que, al notarlo, le molestó un poco.

No apreció la repentina invasión de su espacio personal y masculló una queja ininteligible, dando medio paso hacia atrás, pisando a la persona a su espalda de refilón. -No, gracias- agregó en un farfullo casi, descubriendo con alivio que el semáforo ya había cambiado. Se escabulló entre la gente a toda prisa, cruzando la calle y mezclándose con otro grupo para ganar distancia.
Sólo suspiró con alivio cuando prácticamente había recorrido toda la cuadra pero la cantidad de personas a su alrededor no hacía más que aumentar minuto a minuto; era evidente que las posibilidades de un paseo tranquilo ya se le habían acabado por la fecha. Suspiró una vez más y dobló en la esquina, con la intención de tomar una paralela y regresarse al hotel. Leería en su cuarto, comería algo rápido y pasearía al día siguiente. De momento, se sintió agobiado y sin muchas ganas de nada.

Se rio por lo bajo cuando la víctima de su anuncio escapó. Aunque era una lástima, no tenía otra opción que dejarlo ir y por más divertido que pareciera molestarlo no dejaba de ser un desconocido y no podía comenzar a perseguirlo por la calle principal sin un mejor motivo.
Así pasó otra hora más repartiendo boletos hasta que se cansó, cruzó las dos cuadras que la separaban de la playa y regresó al café de su tío, caminando con los pies hundidos en el agua del mar como le era costumbre.
- Karen! Papá te estaba buscando, está en la cocina. - A medio camino se cursó con un guardavida que caminaba dando su ronda en dirección contraria a ella, su primo Luis. Y al llegar al café tuvo que volver a salir, esta vez hacia el muelle a buscar un encargo que le había pedido Tomas.
Pasó el resto del día haciendo recados y aunque al llegar la noche ya estaba cansada continuó su jornada haciendo de barman y preparando tragos en la barra con la esperanza de que apareciera el arisco de aquella tarde, pero no fue así y no esperó a que terminara la noche para dejarle el trabajo a su primo y retirarse a dormir. Sobre todo, irse antes de que Luis se cansara y comenzara a echar a los borrachos que se le insinuaban dejando así al bar con muy pocos clientes.

Se despertó temprano, gracias a la alarma que había programado la noche anterior. Como le disgustaban las multitudes, optó por desayunar temprano, a sabiendas de que no se cruzaría con los demás huéspedes del hotel. Tras una breve escala en el baño y vistiéndose más bien rápido se dirigió al salón comedor, una cabaña aislada en la parte de atrás del complejo, donde comprobó que había calculado correctamente. Nadie gustaba de levantarse a esa hora estando de vacaciones.
Sin embargo, le sorprendió ver a un niño, que tendría unos ocho o nueve años, esperando para que abrieran junto a la puerta. Inicialmente no lo había notado, pues estaba sentado entre los arbustos del cuenco de cemento que hacía de macetero, pero parecía llevar allí un rato, con el aburrimiento escrito por todo el rostro. A penas los dejaron pasar, corrió dentro del lugar y eligió una mesa, más bien apartada, donde dejó unos muñequitos de plástico que se sacó del bolsillo. Después de eso inició varios viajes a la mesa donde estaba toda la comida, llevando cuencos con fruta, galletas dulces, una taza con chocolatada y algunas cosas más. Mientras Adrien se preparaba su taza de café con leche y un plato de tostadas, lo observó sentarse a desayunar solo, con una expresión más bien triste. Lo pensó un momento y se acercó a su mesa, ofreciéndole una sonrisa. -No me gusta mucho comer solo…- admitió y el niño lo miró con interés- ¿Te gustaría compartir mesa?-
Hubo un momento de silencio en que se preguntó qué diablos estaba haciendo, metiéndose con un niño cuyos padres podían estar por llegar y quienes lo iban a despellejar con vida al verlo. Pero él no había podido evitarlo, había pasado muchas comidas igual que el infante y le costaba creer que a algún niño le gustara comer en semejante circunstancias. Todo el pánico mental se detuvo cuando el chico de rulos revueltos color café le sonrió y se señaló una silla enfrente suyo. Compartieron el desayuno con una charla muy amena sobre dinosaurios y otros monstruos marinos hasta que casi una hora después llegaron los padres de Kylo, agradeciéndole por cuidar de él.
De mejor humor, se dirigió a la playa, llevando consigo un libro, un pareo donde sentarse y una sombrilla. Le pareció que llevar todo el equipo sería demasiado, pues no estaba seguro que fuera a quedarse todo el día allí. Eligió una esquina más bien desocupada, lejos de los complejos y los bares, y clavó la sombrilla sin problemas. Se instaló debajo de la misma y se puso a leer, poco importándole la mirada de quienes pasaban eventualmente a su lado. No le parecía que por estar en bermudas y una camisa de manga corta ameritase tanta atención, si bien no era la vestimenta habitual de playa. Pronto ignoró todo a su alrededor, totalmente sumergido en su novela, con el arrullo del mar de fondo.

A la madrugada del día siguiente Karen ya estaba levantada, si podía decírsele así al zoombie que seguía a Tomas por el puerto y se sentaba al lado suyo con una caña de pescar mientras este hablaba solo por un buen rato hasta que ella al fin se despertó lo suficiente como para mantener una conversación y recoger la línea de pesca a tiempo sin que se le escapara el pez.
A eso de las diez fueron al bar con la pesca del día, lo que habían conseguido allá más lo que compraron a otros pescadores y después de dejar las cosas Tomas dejó a Karen libre para que vaya a disfrutar la playa. Cosa que hizo sin reservas luego de cambiarse la musculosa gastada y las bermudas llenas de tripas de lombrices y de pescado que traía puestos, ropa con la que había dormido la noche anterior y no se había molestado en cambiarse al despertar, y en la que no había dejado de limpiarse las manos durante la pesca matutina. Por suerte la casa de su tío estaba apenas a un par de cuadras hacia dentro.
Se puso una bikini blanca cuya parte de abajo era un culote y el corpiño armado con el único detalle de un nudo que lo “ataba” al frente y se cubrió apenas con un pareo de motivos florales rojo que dobló un par de veces y se lo ató a la cintura a modo de minifalda. Ni se molestó en buscar ojotas y pasó por el cuarto de Luis para abrir las cortinas de su ventana, tirar de sus sábanas y destaparlo, despertándolo antes de salir sin prestarle atención a las quejas e insultos que dejaba atrás.
Caminó un buen tramo de playa con sus pies al borde del agua siendo bañados con cada vaivén de las olas hasta que una pelota rodó hasta sus pies y al devolverla con una sonrisa y un rápido intercambio de palabras se vio unida al grupo de chicos que jugaban al vóley.
Riendo en uno de los pequeños descansos que se producían cada vez que la pelota se iba fuera del alcance divisó en una de las sombrillas no muy lejos a un hombre que destacaba por estar vestido de pies a cabeza y estaba leyendo un libro. Y aunque no podía estar completamente segura, podría apostar era el mismo que la tarde anterior le había rechazado el volante.
Nunca hizo un saque con mejor puntería que ese y no pudo evitar agacharse por el ataque de risa que le dio.

La playa se había ido llenando de gente lentamente, pero no la suficiente como para incomodarlo. Las risas se mezclaban con el ruido de las olas, y al estar todos tan relajados y pasando un buen rato, no era como si el ambiente se tensara. Además, Adrien seguía sumergido en la novela que había comprado pocos días antes de comenzar sus vacaciones.

La trama sí estaba tensa y no había forma de que fuera a soltar el libro hasta, al menos, terminar el capítulo… No voluntariamente. Pero un accidental pelotazo le dio en la frente, empujándolo hacia atrás hasta que quedó acostado, y el libro salió volando de sus manos. Todo esto ocurrió casi en cámara lenta y con un muy poco elegante grito de sorpresa de su parte. Se llevó las manos a la frente, tirándose arena en la cara en el proceso, por lo que sentó de golpe y comenzó a toser. Entreabrió los ojos como pudo, buscando el origen del inesperado proyectil, y se encontró con una chica que le resultó medianamente familiar desternillándose de risa, mientras los restantes miembros del partido de vóley lo miraban entre sorprendidos y alarmados. -T-tú- masculló en una especie de gruñido, poniéndose de pie torpemente, con lágrimas en los ojos por culpa de la arena.

…Y ahí quedó todo lo que se había relajado esa mañana.